lunes, 16 de mayo de 2016

El día que la tierra tembló


A lo largo de mi corta vida sobre esta tierra he sido testigo de muchas situaciones tristes y dolorosas, he sido testigo de un golpe de estado, también del azote de un huracán categoría cinco, de un terremoto categoría siete, de amenazas de erupciones volcánicas, de actos de violencia cotidiano entre muchas otras más.

 No quiero que me malinterpreten no es que me estoy quejando o que mi vida ha sido un constante sufrimiento, tampoco quiero que piensen que tengo el don de mártir.


El sábado 16 de Abril del 2016 el Ecuador sufrió una de las tragedias más grandes en su historia, un terremoto de 7.8 grados, sin duda los efectos fueron desastrosos, fueron cientos las víctimas, y miles las personas que perdieron absolutamente todo, después de experimentar este suceso varias preguntas empezaron a circular por mi cabeza, una vez más me atacaron como cuando en otro momento pase por alguna de estas cosas. Una de ellas fue ¿Qué debería aprender de esta situación?

 La vida misma no sería suficiente para dar respuestas lógicas del porque tanto dolor y sufrimiento a través de las tragedias y fenómenos naturales. Una tragedia como esta no sólo destruye edificaciones y la infraestructura de una nación, sino que también la esperanza y la alegría; hace pedazos el ánimo social. En una situación como esta no hay alegría y júbilo, ya no hay planes a futuro, no hay seguridad; con un cuadro tan desgarrador como este podríamos pensar, que ya todo está perdido y que no hay esperanza.

Conozco esa sensación, esa desesperanza, esa tristeza profunda, ese dolor y esa impotencia al ver tanta necedad y tan poco que hacer; pero pienso que detrás de todo lo negativo, de todo el dolor y la tristeza, podemos ver más allá y es que una tragedia como esta nos da muchas oportunidades por ilógico que parezca.

 En primer lugar, nos da otra perspectiva de la vida y saber que somos vulnerables, que somos frágiles que la vida se puede acabar en cualquier momento y en cualquier circunstancia, a veces nos sentimos intocables y esto nos llena de orgullo, debemos entender que hoy estamos, mañana, sólo Dios lo sabe.

En segundo lugar, lo que podemos aprender es a valorar a nuestros seres queridos especialmente a nuestra familia, hoy son muchas las familias donde el luto es el acompañante, no sólo porque perdieron a un familiar sino a varios. Conocí el caso de una familia que estaba compuesta por 40 miembros y 15 de ellos fallecieron. No podemos esperar a una tragedia para unirnos como familia y expresarnos el cariño y el amor.

En tercer lugar, creo que una tragedia como esta nos permite estar más sensibles a buscar y acercarnos a Dios. Lamentablemente el ser humano desde la creación le ha dado la espalda y ha vivido su existencia bajo sus propias leyes y gobierno, el sufrimiento es una buena excusa para acercarse más a Aquel que está dispuesto a consolarnos.

 En cuarto lugar, creo que la tragedia es una buena oportunidad de sacar lo bueno en nosotros; pero lamentablemente la tragedia también a veces saca lo malo sin lugar a dudas. Lo bueno sería volvernos más sensibles ante la necesidad y actuar en favor del necesitado, estar unidos, compartir con el que no tiene, ser agradecidos porque posiblemente nuestra realidad ante esta tragedia es más dichosa que la de otros, lo malo es cuando nos volvemos mezquinos, fríos e indiferentes.

 Como cristianos no deberíamos esperar estas tragedias para orar constantemente e intensamente por esta nación y por sus habitantes, para recoger víveres y llevarlos al lugar donde hay necesidad.

Por último, lo que he aprendido y visto en mi experiencia ante estas situaciones es que aún de las cenizas Dios puede levantar una nación y de los escombros levantar nuevas bases, no sólo de concreto sino de escala de valores.

El Ecuador está herido, pero no muerto; está triste, pero no solo ni desamparado; está desesperado, pero no sin esperanza. Con la ayuda de Dios y todas las manos que se unan a trabajar por este hermoso país, ésta será sólo una más de las historias de héroes anónimos que se contarán las futuras generaciones, de la fuerza y el corazón de una nación que se levantó de una tragedia.  Pero también de la fidelidad de Dios, de la solidaridad humana, del día donde todos nacionales y extranjeros tuvimos una sola bandera.



¡Dios bendiga al Ecuador!

Gerardo Yánez

Pastor  y Teólogo