A
lo largo de mi corta vida sobre esta tierra he sido testigo de muchas situaciones
tristes y dolorosas, he sido testigo de un golpe de estado, también del azote
de un huracán categoría cinco, de un terremoto categoría siete, de amenazas de
erupciones volcánicas, de actos de violencia cotidiano entre muchas otras más.
No quiero que me malinterpreten no es que me
estoy quejando o que mi vida ha sido un constante sufrimiento, tampoco quiero
que piensen que tengo el don de mártir.

La vida misma no sería suficiente para dar
respuestas lógicas del porque tanto dolor y sufrimiento a través de las
tragedias y fenómenos naturales. Una tragedia como esta no sólo destruye
edificaciones y la infraestructura de una nación, sino que también la esperanza
y la alegría; hace pedazos el ánimo social. En una situación como esta no hay alegría
y júbilo, ya no hay planes a futuro, no hay seguridad; con un cuadro tan
desgarrador como este podríamos pensar, que ya todo está perdido y que no hay esperanza.

En primer lugar, nos da otra perspectiva de la
vida y saber que somos vulnerables, que somos frágiles que la vida se puede
acabar en cualquier momento y en cualquier circunstancia, a veces nos sentimos
intocables y esto nos llena de orgullo, debemos entender que hoy estamos, mañana,
sólo Dios lo sabe.
En
segundo lugar, lo que podemos aprender es a valorar a nuestros seres queridos especialmente
a nuestra familia, hoy son muchas las familias donde el luto es el acompañante,
no sólo porque perdieron a un familiar sino a varios. Conocí el caso de una familia
que estaba compuesta por 40 miembros y 15 de ellos fallecieron. No podemos
esperar a una tragedia para unirnos como familia y expresarnos el cariño y el
amor.
En
tercer lugar, creo que una tragedia como esta nos permite estar más sensibles a
buscar y acercarnos a Dios. Lamentablemente el ser humano desde la creación le
ha dado la espalda y ha vivido su existencia bajo sus propias leyes y gobierno,
el sufrimiento es una buena excusa para acercarse más a Aquel que está
dispuesto a consolarnos.
En cuarto lugar, creo que la tragedia es una
buena oportunidad de sacar lo bueno en nosotros; pero lamentablemente la tragedia
también a veces saca lo malo sin lugar a dudas. Lo bueno sería volvernos más sensibles
ante la necesidad y actuar en favor del necesitado, estar unidos, compartir con
el que no tiene, ser agradecidos porque posiblemente nuestra realidad ante esta
tragedia es más dichosa que la de otros, lo malo es cuando nos volvemos
mezquinos, fríos e indiferentes.
Como cristianos no deberíamos esperar estas tragedias
para orar constantemente e intensamente por esta nación y por sus habitantes,
para recoger víveres y llevarlos al lugar donde hay necesidad.
Por
último, lo que he aprendido y visto en mi experiencia ante estas situaciones es
que aún de las cenizas Dios puede levantar una nación y de los escombros
levantar nuevas bases, no sólo de concreto sino de escala de valores.
El
Ecuador está herido, pero no muerto; está triste, pero no solo ni desamparado; está
desesperado, pero no sin esperanza. Con la ayuda de Dios y todas las manos que
se unan a trabajar por este hermoso país, ésta será sólo una más de las historias
de héroes anónimos que se contarán las futuras generaciones, de la fuerza y el corazón
de una nación que se levantó de una tragedia.
Pero también de la fidelidad de Dios, de la solidaridad humana, del día
donde todos nacionales y extranjeros tuvimos una sola bandera.
¡Dios bendiga al Ecuador!
Gerardo Yánez
Pastor y Teólogo