Después de una
deliciosa comida hecha en casa ¿A quién le gusta lavar los platos? ¡A nadie! En
cada familia ese es el quehacer que todos tratan de evitar; sin embargo ¡hay
que hacerlo!
Mientras yo
cumplía con esa tarea hogareña Dios trajo a mi mente que necesito ir
delante de Su presencia y permitirle que me limpie y me lave una y otra vez... Y sin importar lo sucia que esté, ni lo pegadas que tenga mis malas actitudes,
con amor me limpia y me deja como nueva ¡lista para ser usada por Él una vez más!
A nadie le gusta
usar platos sucios, nos gusta que siempre haya utensilios limpios en
la cocina para utilizarlos. Así es nuestro Dios, pide de nosotros que estemos
limpios para ser usados en su obra; pide utensilios que hayan pasado el proceso
de limpieza en donde, si se lo permitimos, nos quitará todo lo malo que se nos
ha pegado. Dios puede limpiarnos del egoísmo, del rencor, de hábitos
pecaminosos, en fin. ¡Él es el mejor detergente para nuestras almas! Isaías
1:18 y 19 dice: "Vengan ya, vamos a
discutir en serio, a ver si nos ponemos de acuerdo. Si ustedes me
obedecen, yo los perdonaré. Sus pecados los han manchado como con
tinta roja; pero yo los limpiaré. ¡Los
dejaré blancos como la nieve!”.
El deseo de Dios es que vivamos vidas
limpias delante de Él para que podamos ser vasos útiles en sus manos ¡Él no usa desechables! ¡Te quiere usar a ti... no importa lo sucio que estés en este momento, quiere limpiarte y usarte para Su gloria!
Así que tanto mujeres como hombres (¡porque los hombres de Dios también lavan
platos! Amén…) la próxima vez que te toque realizar esta inevitable tarea
hogareña, observa el proceso de limpieza y pídele al Señor que haga lo mismo con
tu vida.
¡Es hora de lavar los platos!
“Quítame la mancha del pecado, y quedaré limpio. Lava
todo mi ser,
y quedaré más blanco que la
nieve.” Salmo 51:7 (TLA)
Cinthya Jiménez
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